Bravo, Juan. Atienza (Guadalajara), c. 1484 – Villalar (Valladolid), 24.IV.1521. Político y militar.

Nació en Atienza, donde su padre —Gonzalo Bravo de Lagunas— era alcaide; su madre se llamaba María de Mendoza y era hija del conde de Monteagudo, por lo tanto, sobrina del gran cardenal Mendoza, de modo que, por parte materna, Juan Bravo era primo de María Pacheco, la mujer de Padilla. Conviene notar además que el obispo Acuña era sobrino carnal de Antonio Sarmiento, el segundo marido de María de Mendoza, por lo que había alguna suerte de parentesco entre Bravo y Antonio de Acuña. El 5 de mayo de 1499, la reina Isabel le nombró contino de su casa con cuarenta mil maravedíes de ración y quitación en cada año. En 1504 aparece ya avecindado en Segovia, donde, el año siguiente, se casa con Catalina del Río, hija única de Diego del Río, regidor de Segovia, y de Isabel de Herrera.

Fruto de este primer matrimonio son tres hijos: Gonzalo Bravo del Río, que, en 1521, estudia en Salamanca, Luis Bravo y María de Mendoza. Habiendo quedado viudo, Juan Bravo contrajo segundas nupcias, en 1519, con María Coronel, hija de un regidor de Segovia, converso, mercader acaudalado, Íñigo López Coronel.

De este segundo matrimonio nacieron dos hijos: Andrea Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza.

En virtud del contrato, Íñigo López Coronel cedió todos sus bienes a Juan Bravo “con tal condición que los hereden los hijos del dicho Juan Bravo y de la dicha María”; entre esos bienes figura el privilegio del servicio y montazgo de que es titular Íñigo López Coronel, quien renuncia también en Juan Bravo al regimiento que tenía en la ciudad de Segovia. Cabe destacar que Íñigo López Coronel también participó activamente en el movimiento comunero de Segovia y fue por ello exceptuado del perdón general de 1522.

Juan Bravo inició su carrera política en junio de 1516, en La Rioja. Fue uno de los capitanes nombrados por el cardenal Cisneros, a la sazón regente del reino, para reclutar la llamada gente de ordenanza, un cuerpo armado que estuviera al servicio exclusivo de la Corona. La oposición de la alta nobleza consiguió que el proyecto se desechara. Este fracaso debió de empujar a Bravo, como a otros seguidores de Cisneros, a formar parte de la oposición al nuevo Rey y a los grandes.

Después de las Cortes de Santiago-La Coruña (1520), como regidor de Segovia, fue uno de los que levantaron a la ciudad en armas contra la política de Carlos I y provocaron la muerte del procurador en Cortes de Segovia, Tordesillas. Para castigar aquel desacato a la autoridad y acabar con la sublevación segoviana, el virrey Adriano de Utrecht ordenó al alcalde Ronquillo marchar contra Segovia al frente de una pequeña tropa, que pronto fue reforzada por el ejército real de Antonio de Fonseca.

Ante el peligro que se le venía encima, la ciudad formó una milicia cuyo mando se confió a Juan Bravo. En julio de 1520, el mismo Juan Bravo acudió en persona a Toledo para pedir socorro contra la tropa del alcalde Ronquillo y la que amenazaba enviar Antonio de Fonseca, “diciendo que pues ellos [los de Toledo] les habían puesto en que se levantase la dicha ciudad de Segovia, que les socorriesen”. Durante el verano de 1520, Juan Bravo fue, junto a Juan de Zapata (capitán de Madrid), Juan Padilla (de Toledo) y Francisco de Maldonado (de Salamanca), uno de los caudillos más caracterizados de los comuneros; derrotó a las fuerzas imperiales y, el 24 de agosto, entró en Medina del Campo con los otros capitanes sublevados. En los días siguientes, las huestes comuneras se apoderaron de Tordesillas y, el 29 de agosto y el 1 de septiembre, los capitanes comuneros celebraron varias entrevistas con la reina Juana.

Juan Bravo siguió al frente de la milicia de Segovia durante toda la Guerra Civil. Conquistó Zaratán y Simancas en 1521, mientras Juan de Padilla entraba en Torrelobatón el 25 de febrero. El 23 de abril de 1521 fue hecho prisionero en la batalla de Villalar y decapitado en la plaza pública de Villalar al día siguiente. Según una tradición muy arraigada, Juan Bravo protestó al oír que a los tres capitanes se les mandaba ejecutar por traidores; en aquella ocasión, Padilla le dijo: “Señor Bravo, ayer era día de pelear como caballero, hoy es día de morir como cristiano”. El mismo Juan Bravo solicitó morir el primero por no ver cómo Padilla subía al cadalso. Juan Bravo, como Padilla y Francisco Maldonado, fue enterrado en la iglesia de Villalar, pero, ya el 18 de mayo, una cédula autorizó a Jerónimo de Frías a exhumar su cuerpo y trasladarlo a Segovia, lo que se realizó en los primeros días de junio de 1521, un domingo que podría ser el 2 o el 9. Según el relato que ha dejado el corregidor Juan de Vozmediano, el acto fue motivo de un sonado tumulto. Los padres políticos de Bravo, tanto la familia de su primera mujer, los del Río, como la familia Coronel, así como sus partidarios políticos —todos “gente de poca suerte”, escribe el relato—, pretendieron dar a los funerales el carácter de un homenaje solemne rendido al defensor de la comunidad.

El cortejo fúnebre realizó un largo recorrido por los arrabales de la ciudad antes de llegar a la iglesia de Santa Cruz, situada extramuros, donde iba a celebrarse la inhumación. Al frente del cortejo marchaban hombres que llevaban crucifijos, miembros de cofradías vestidos de luto y con antorchas en las manos. Por todas las calles corrían muchachas y mujeres pobres con los cabellos revueltos que lanzaban gritos de dolor: “Doleos de vos, pobrecitos, que éste murió por la comunidad”.

Una multitud numerosa seguía el cortejo emocionada y dispuesta a manifestar su furor. Uno de los espectadores habría sido despedazado por haber gritado: “Mirad cuál traen este traidor”. Gonzalo de Herrera, yerno de Vozmediano, no pudo reprimir su cólera y los hombres que había reunido bajo su mando en previsión de un posible tumulto arremetieron contra el cortejo, provocando una dispersión general. El corregidor envió patrullas por calles y arrabales y consiguió restablecer la calma. Al día siguiente, los contrarrevolucionarios que se sentían en minoría formaron un bloque compacto en torno al corregidor y juraron ante la cruz olvidar sus diferencias y prestarse socorro mutuamente. Pudieron contar con la ayuda de un poderoso aliado en la persona del conde de Chinchón, llegado a la ciudad durante estos acontecimientos. El jueves siguiente, la victoria de las autoridades se afirmó con la ejecución de dos de los responsables de la organización de la ceremonia, que murieron en la horca.