Francisco de Goya y Lucientes. Fuendetodos (Zaragoza), 30.III.1746 – Burdeos (Francia), 16.IV.1828. Pintor.

Goya había alcanzado una excelente situación en la Corte, que le halagaba profundamente, pintando ya entonces, como le contaba a Zapater, sólo para la más alta aristocracia, y desde luego para el Rey, de quien realizó el retrato como cazador hacia 1787 (Madrid, Museo del Prado). Concluyó ese decenio con su nombramiento como pintor de Cámara (30 de abril de 1789) y con los retratos de los nuevos reyes, Carlos IV y María Luisa de Parma (Madrid, Academia de la Historia). La correspondencia con Zapater, numerosa en la década de 1780, revela la amistad de Goya con ilustres zaragozanos, entre los que se hallaban Juan Martín de Goicoechea; Manuel Fumanal, director del seminario de San Carlos; Tomás Pallás, militar y de la Real Sociedad Económica Aragonesa; Alejandro Ortiz y Márquez, médico y catedrático de la universidad; José Yoldi, administrador general del Canal de Aragón, y Ramón Pignatelli, fundador de la Real Sociedad Económica Aragonesa, rector de la Universidad e impulsor del Canal de Aragón. Esas relaciones culminaron con la elección del artista como socio de mérito de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (22 de octubre de 1790). En Valencia había pintado las obras para la capilla de la duquesa de Osuna en la catedral, y tenía relación con la Academia de Bellas Artes de san Carlos a través de su secretario, Mariano Ferrer y Aulet, fue nombrado académico de mérito de ésta (20 de octubre de 1790). Según le refería a Zapater en noviembre de 1787, estaba aprendiendo el francés, el italiano ya lo hablaba y se había vuelto “viejo con muchas arrugas que no me conocerías sino por lo romo y por los ojos undidos […] lo que es cierto es que boy notando mucho los 41”. La correspondencia con su íntimo amigo revela las aficiones de Goya, además de demostrar lo buen hijo, hermano y padre que era y la cálida relación con sus amigos. Le gustaban las corridas de toros, incluso Moratín decía, ya en los años de Burdeos, que Goya se jactaba de haber toreado en su juventud, pero también asistía al teatro, a la ópera y a los conciertos de música en la Corte. Su carácter alegre se revela en su gusto por las “tiranas”, las fiestas con sus amigos y familiares, los viajes a Valencia, por ejemplo, para “tomar los aires marítimos”, o a Zaragoza para asistir a las fiestas del Pilar. Desde 1783 se firmaba como “Francisco de Goya”, señalando así orígenes hidalgos por su ascendencia vizcaína, pero todos los esfuerzos que hizo para obtener una infanzonía resultaron fallidos, ya que nada encontró en los archivos zaragozanos que probara su pretendida nobleza.

Hacia fines del año 1790 aparecieron los primeros síntomas de la grave enfermedad que le sobrevino a principios de 1793, temblores y mareos a los que se refiere en cartas de ese período a Zapater. En 1791 Goya puso dificultades para seguir pintando cartones de tapices a las órdenes de Maella y fue acusado de ello al Rey por Livinio Stuyck, director de la Real Fábrica, aunque la intervención de Bayeu y la amenaza de que se reduciría su salario le hicieron reconsiderar su postura; tras ello el artista comenzó la preparación de su última serie, trece cartones para el despacho del rey Carlos IV en El Escorial, con escenas “campestres y Jocosas”, de las que sólo pintó seis, como entre las que destacan La boda El pelele. El 14 de octubre de 1792 Goya firmaba el informe solicitado por la Academia de San Fernando sobre las enseñanzas de las Bellas Artes, en el que expresaba la necesidad de libertad en el estudio de la pintura, que definió como “Sagrada ciencia”. Asistió a la Junta Extraordinaria del 28 de octubre, pero no a la del 18 de noviembre por unos cólicos que padeció, y recogió su nómina de académico a principios de enero de 1793. Viajó entonces a Sevilla, donde cayó enfermo a finales de ese mes según se deduce de la correspondencia entre sus amigos Zapater y el comerciante gaditano Sebastián Martínez, a cuya casa en Cádiz fue trasladado Goya, ya enfermo, por su amigo Ceán Bermúdez. Martínez aseguraba en enero que “la naturaleza del mal es de las más temibles” y a fines de marzo que “el ruido en la cabeza y la sordera nada han cedido, pero está mucho mejor de la vista y no tiene la turbación que tenía que le hacia perder el equilibrio”. Zapater decía que “a Goya, como te dije, le ha precipitado su poca reflexión”. Esa ambigua frase ha dado pie a numerosas interpretaciones sobre la naturaleza de la enfermedad, de la que Goya quedó definitivamente sordo: sífilis, saturnismo, “cólico de Madrid” —envenenamiento por metales en los utensilios de preparar la comida—, y “perlesía” —hemiplejia—.

Regresó a Madrid a principios de mayo de 1793  y en enero del año siguiente presentó a la Academia de san Fernando la decisiva serie de cuadros de gabinete sobre hojalata, con escenas de toros y otras “diversiones nacionales”, como Los cómicos ambulantes (Madrid, Museo del Prado), y temas de carácter dramático, El naufragio, Incendio de noche (colecciones privadas), Corral de locos (Dallas, Meadows Museum) y Prisioneros en una cueva (Bowes Museum), pintadas con independencia y sin estar sometido a las imposiciones de la clientela. Es posible que fuera en los meses que siguieron cuando Goya terminó los últimos cartones para los tapices del comedor del rey, comenzados antes de su enfermedad. Reanudó plenamente su actividad en 1795, con retratos y cuadros de encargo, como los de la Santa Cueva de Cádiz. Se fecha entonces su acercamiento a Godoy, así como el mecenazgo de los duques de Alba, que dio pie incluso a la moderna leyenda, basada en débiles indicios, de los amores del artista con la duquesa. A la muerte de Bayeu, en agosto de 1795, Goya fue nombrado director de Pintura de la Academia e inició en ese brillante período sus álbumes de dibujos, los llamados Álbum de Sanlúcar Álbum de Madrid, fechados ahora hacia 1794-1795, sin que se advierta en su técnica segura y delicada rastro alguno de los temblores de su enfermedad. Planteó en ellos las primeras ideas para esas obras maestras de la sátira contra vicios y costumbres de la sociedad que fueron Los Caprichos, publicados en enero de 1799, y, según su primer biógrafo, L. Matheron, gestados en el entorno de las duquesas de Alba y de Osuna.

Parte del año 1796 lo pasó en Andalucía, en Cádiz, donde tuvo casa propia, según Moratín, y en Sevilla, de donde las noticias que llegaban sobre su salud no eran muy favorables. Visitó a la duquesa de Alba en Sanlúcar y pintó el célebre retrato de la dama vestida de negro (Nueva York, Hispanic Society, 1797). A principios de 1797 se encontraba de regreso en Madrid, para renunciar a su cargo de director de Pintura de la Academia porque “ve en el día que en vez de haber cedido sus males se han exacerbado más”. La liberación de las responsabilidades de la Academia determinó los años más prolíficos de la vida de Goya con retratos excepcionales entre los que destacan el de Jovellanos (1798) (Madrid, Museo del Prado) y La Tirana (1799) (Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando), y obras como la Maja desnuda, documentada en el palacio de Godoy en 1800, y la Maja vestida, más tardía, documentada en enero de 1808. Se fechan a fines de ese decenio también los cuadros con Asuntos de brujas para los duques de Osuna, los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida y en diciembre de 1798 el Prendimiento para la catedral de Toledo, así como los nuevos retratos reales, María Luisa con mantilla, Carlos IV cazador y el Retrato ecuestre de María Luisa en el otoño de 1799.

 

Culminó la década de 1790 con el nombramiento de Goya como primer pintor de Cámara, escalón supremo de su carrera cortesana, firmado el 31 de octubre de 1799 por el Primer Ministro, Mariano de Urquijo, y con el sueldo de 50.000 reales de vellón. Goya escribía ese día su última carta a Zapater (fallecido en 1803): “Los Reyes estan locos con tu amigo”. Ese patrocinio real, y de Godoy, siguió durante los primeros años del siglo XIX, iniciado iniciándose en junio de 1800 con la espectacular Familia de Carlos IV. En ese mismo mes Goya se había trasladado a su nueva casa de la calle de Valverde n.º 35  y había vendido su anterior vivienda a Godoy, cuyo servicio se hace patente en el Retrato de la condesa de Chinchón (abril de 1800)  (Madrid, Museo del Prado), en el del ministro con motivo de la Guerra de las Naranjas (1801) (Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) y en los grandes lienzos alegóricos para la decoración de su palacio (c. 1802-1804), como la Alegoría del Tiempo y la Historia (Estocolmo, Nationalgalleriet). La faceta de los retratos privados es excepcionalmente rica en estos años; en ellos Goya define el retrato aristocrático, de inusitada variedad, como los del Conde y la condesa de Fernán Núñez (1803) (Madrid, colección Fernán Núñez), de la Marquesa de Villafranca pintando a su marido (1804) (Madrid, Museo del Prado), de la Marquesa de Santa Cruz (1804) (Madrid, Museo del Prado) y del Marqués de San Adrián (1804) (Pamplona, Museo de Bellas Artes). Al mismo tiempo, el auge de la sociedad burguesa propició el retrato de esa nueva clase social que Goya pintó desde sus inicios en obras más íntimas, sobrias y realistas, de aguda psicología, como el del pintor Bartolomé Sureda y su mujer Teresa Sureda, 1804-1805 (Washington, National Gallery), de Antonio Porcel (1806) (Buenos Aires, Jockey Club, destruido), de los actores Isidoro Máiquez (Chicago, Art Institute) o de la actriz retirada Antonia Zárate (c. 1808) (Dublín, National Gallery).

 

Fuente: Diccionario Biográfico Español