La Guerra Civil nos ha dejado decenas de tristes relatos. Uno de ellos es el de Miguel Hernández. Pastor en sus inicios e inmortal por sus escritos, este nacido en Orihuela en 1910 perteneció a la Generación del 36, aunque Dámaso Alonso los consideró “un genial epígono de la generación del 27”.

Lucho del lado de la República en la contienda civil y, por ello, fue detenido y encarcelado en diversas prisiones de España, entre ellas, estuvo en la Prisión de Torrijos, donde compuso las “Nanas de la cebolla”, dedicadas a su mujer e hijo que atravesaban grandes penalidades económicas derivadas de la guerra.

La Prisión, en sus inicios, fue un edificio diseñado como seminario por el arquitecto Zabala. Durante la II República el edificio pasó de ser una residencia de ancianas a una cárcel de mujeres, que tras el final de la guerra pasó a ser cárcel de hombres. Toma el nombre de la calle Torrijos, que actualmente es Conde Peñalver y, que en aquellos años tenía esa denominación. En los años 50 volvió a servir como geriátrico, su propósito inicial.